Llegaron a un acuerdo, oiga! Y nada menos que a altísimas horas de una víspera y en esa nocturnidad en que la vida es penumbra de garito, quién sabe si también humo. ¡Que paren las rotativas! ¿Rotativas? Si ya no se llevan... ¡Que paren Twitter! Y Facebook y Twitch. ¡Que nadie se mueva! Y no, no eran Zelenski y Putin firmando una tregua. Ojalá. Ni los 27 topando el precio del gas. Por no ser, ni siquiera eran Aragonés y Puigneró certificando la crisis que se lleva por delante gobierno y soberanismo en Catalunya. El apretón –de manos, se entiende– fue simplemente un pacto presupuestario entre los dos únicos socios de un mismo gobierno, un convenio de esos de ponme aquí estas ayudas por hijo, quítame tú esa ley de vivienda y vamos a ver cómo nos repartimos los dineros de nuestros ministerios. No había más. Dos condenados, dicho esto sin ánimo de ofender, a entenderse. Pero el espectáculo... ¡ay el espectáculo! ¡Qué pareció aquello! Filtración, canutazo, rueda de prensa, consejo de gobierno, rueda de prensa... ¡Que prendan la mecha de los fuegos de artificio! Y eso que el apretón –de manos, se entiende– carece de mayoría parlamentaria que lo avale en el Congreso y necesita de otros muchos compromisos. Sí, ya lo dijo Caldwell, un gobierno es como una digestión: cuando funciona bien, no se le percibe. Y, van a perdonarme la escatología, en este apretón la sonoridad adelanta la flatulencia.
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