ENTRO de dos meses y medio los medios de comunicación estaremos dedicando páginas y minutos al inicio del confinamiento. Han pasado casi dos años y continuamos enfangados. Vale que la situación es diferente y que el virus, al parecer, está perdiendo fuerza. Sin embargo, da la impresión de que la pandemia ha generado un sentimiento colectivo, llamémosle depresión o desánimo, que se extiende a medida que se acumulan los meses en el frente de guerra. En ese contexto, llama la atención el optimismo de los empresarios vascos, que aseguran que en este 2022 se batirá el récord de empleo en Euskadi. Todo ello con un IPC desbocado por el precio de la luz, un lastre para las familias, pero también para las empresas. En medio de los cuellos de botella en las cadenas de suministro y, en fin, con el covid batallando todavía por todo el planeta. De hecho, es poco menos que un milagro que el comercio exterior vasco tuviera el año pasado un comportamiento tan positivo, superando los 25.000 millones de euros en exportaciones a pesar de todos los condicionantes a los que se enfrentan. Se puede decir que si el virus busca constantemente la forma de esquivar los ataques del frente sanitario, la naturaleza de la economía también le lleva a sortear siempre los muros con los que se topa y encontrar resquicios para mantenerse a flote. Puro instinto de supervivencia, una capacidad de resistencia tras la que hay personas: empresarios y trabajadores.

Asier Diez Mon