OY tendrá lugar la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Tokio que debieron haberse celebrado el año pasado, pero que la pandemia de covid-19 obligó a posponer. Los doce meses de retraso parecían un periodo suficiente para controlar al SARS-CoV-2. Sin embargo, no ha sido así. La variante delta del coronavirus ha vuelto a disparar las alarmas y los casos a nivel mundial. La situación en Japón es tan delicada como en el resto del mundo, así que los deportistas competirán en recintos sin público y con más temor a un posible contagio que a una derrota inesperada. Y eso que son unos privilegiados, que viven en una burbuja aislada del resto del mundo y son controlados a diario para evitar brotes en la villa olímpica. El director general de la Organización Mundial de la Salud, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, ya lo advirtió en la última sesión del Comité Olímpico Internacional. En los 17 días que separan la fecha de hoy del próximo 8 de agosto, cuando la llama olímpica se apague en el pebetero, habrán muerto en el mundo por covid-19 más de 100.000 personas. En la antigua Grecia, cuando tenían lugar los Juegos Olímpicos, las ciudades-estado interrumpían sus conflictos bélicos. Pero el coronavirus no entiende de treguas ni de fronteras. No distingue entre jóvenes y viejos. Solo entiende de muerte. Intentemos que no establezca un macabro récord olímpico.

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