PRENDER: Adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia. Esa es la definición que la Real Academia de la Lengua da a la palabra proveniente del latín apprehendêre. Pero ni el estudio ni la experiencia parecen servir a esta sociedad para ser razonables ante el covid. No aprenden los políticos cuando se limitan a recomendar y recordar obviedades manoseadas desde el principio de la pandemia, lo que agota a una ciudadanía ya de por sí cansada. No aprenden los juristas cuando promulgan, quince meses después, que el estado de alarma fue inconstitucional, ni cuando dictan sentencias contradictorias sobre las diferentes limitaciones impuestas por las distintas comunidades autónomas, lo que confunde al personal que no sabe a qué atenerse. Y no aprendemos los ciudadanos de a pie, que aprovechamos la mínima ocasión para relajar nuestras costumbres, por creer que estar vacunados nos va a librar de todo peligro o por pensar que la juventud es el antídoto para ahuyentar al coronavirus. Ni una cosa ni otra. Que tire la primera piedra el que esté libre de culpa. El que no se haya reunido en torno a una mesa con más de seis acompañantes. La que se pone la mascarilla siempre que tiene a alguien a menos de metro y medio. El que se lava las manos con hidrogel a cada momento. No nos valen recomendaciones. Solo entendemos el palo y la zanahoria. Algunos ya deberían haberlo aprendido.

jrcirarda@deia.eus