MAGÍNESE a Casado y Abascal, al calor de los indultos y su progresión en las encuestas, montándole un gobierno paralelo a Sánchez y repartiendo carnés de ministros a García Egea, Espinosa de los Monteros o Toni Cantó. Todo ello con la aquiescencia y gozo de la caverna mediática que vería en ello la necesaria democracia frente al ejecutivo "socialcomunista, separatista y connivente con los asesinos". No se extrañe. En el Estado español cualquier ficción puede superar a la realidad. De hecho, es lo que se ha fabricado Salvador Illa en su Catalunya imaginaria, esa a la que no le dan los números ni dando todas las patadas que quiera al tablero. Como se veía camino del Palau tirando a la hoguera las fotos de los últimos presidentes y rescatando la de Montilla, y sin embargo no le quedó otra que guarecerse en la sede del PSC, al exministro de la pandemia no se le ha ocurrido otra que constituir un Govern Alternatiu con 15 consellers, que así se hacen llamar, que fiscalice el original, el independentista, al que no ha dado ni dos semanas de gracia. Por supuesto, incluye exdirigentes de Unió y dice emular al que en su día gestó Pasqual Maragall, a quien los socialistas deberían guardarle algo de respeto. ¿Recuerdan la cantinela de que un tal Puigdemont gobierna desde Waterloo? ¿Qué diría Idoia Mendia si Bildu, con Podemos o sin él, le orquestara a Lakua un gabinete con lehendakari, vicepresidenta y consejeros de cada ramo? Pues eso, como el de Illa, un gobierno para lelos.

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