I llego a estar once años en Twitter alimentando diariamente a la bestia, mi ego y el paladar de los demás para insultarme, freírme a pantallazos de condena o avasallarme a escarnios, mi psicóloga estaría en tratamiento. Ada Colau se ha dado de baja de la red del pajarito por lo obvio: está harta de ella y de los demás. De su presencia permanente, de la obligatoriedad de posicionarse hasta sobre el agua en Marte, de responder y sobre todo de estar, que es otra manera un poco apremiante de permanecer. La tiranía de las redes es para un periodista un tiempo precioso. Algunos lo tienen y saben utilizarlo, como fuente y folio en blanco. Otros, ni por todos los seguidores del mundo, ristras de insultos y fisgones de manual. Y no creo que responda a la pereza sino a intentar asumir un trabajo extra para el que, a veces, no se camina ni sobrado de entusiasmo y mucho menos de tiempo. Colau lo ha entendido una década y 22.000 mensajes después y su Community también, otro señor o señora bien equipado que a estas horas estará haciendo lo mismo pero en Instagram. Colau se ha quitado pero, como las drogas, léase publicidad bien visible de coso romano, acechan para cualquier adicto a los eructos en el éter. Lo verdaderamente curioso es que sea noticia que la alcaldesa de Barcelona apaga hoy, quién sabe mañana. No sea que, por no perder el tiempo, vayamos ahora a perder el espacio.

susana.martin@deia.eus