AY quien sueña que Euskadi, encarnada en el Gobierno vasco y en concreto en la mariscal de campo industrial, Arantxa Tapia, sea una madre coraje del proteccionismo empresarial. Una especie de Oscar, el extravagante personaje creado por Günter Grass, que reducía a pedazos con su voz todo el vidrio al alcance cuando alguien trataba de quitarle su tambor de hojalata. Identifíquese aquí el tambor con Euskaltel, un proyecto que pasa a otra pantalla, que el tiempo juzgue si mejor o peor. Cuando nació la compañía hace un cuarto de siglo, el sentimiento identitario fue muy fuerte. Se podría decir que llenó las velas del barco de viento y que casi llevó a Roberto Laiseka en volandas a la cima de Luz Ardiden. Ocurre que los años y las canas desalojan con su empuje el fluido romántico y el idealismo que, se supone, tenemos de serie bajo la piel. De modo que, al igual que nos han seducido las franquicias de comida rápida o la compra a grandes cadenas logísticas por internet, sin que nos inquiete lo más mínimo que baje la persiana la tienda de barrio de enfrente, el mercado ha marcado el destino de la compañía. Salir a Bolsa, pasearse de compras fuera de Euskadi y abrir las murallas al caballo de Troya de Zegona, ser, en definitiva, una empresa de éxito ha sido la clave de todo. Y ahora solo queda esperar que el tambor siga sonando: apoyando el nacimiento de empresas, tomando participaciones en las que lo necesiten y diseñando políticas que den garantía de continuidad al tejido económico.