UANDO el fútbol se imaginaba a través de la radio se popularizó un latiguillo en la narración de aquellas jugadas con olfato a gol: "¡Que viene, que viene...!", exclamaba cierto locutor antes de que el balón besara las mallas. La antesala del éxtasis. Recordé el soniquete entre copas balompédicas y mítines de campaña, que así avanzan las agujas del reloj cuando el confinamiento perimetral amarga los días de asueto, y atrapado en un titular electoral de un digital que se jacta de publicar confidenciales: "Alarma en La Moncloa: ¡que viene Puigdemont!". Pensé en su acertada forma para ganarse el clic del lector y, después, profundicé en que la alerta -dirigida al constitucionalista de a pie- quizás no andaba desencaminada. Tanto celo en propulsar al ministro de la pandemia desde la guarida de Pedro Sánchez, hasta prácticamente reposar sus posaderas durante quince días en Catalunya, emplear el CIS como agitador de un estado de ánimo quién sabe si más virtual que real, y el desdén de los medios afines en hacer un remake al estilo de Salvar al soldado Illa, puede que no sea baladí. Solo imaginar otra victoria contra todos los elementos del exiliado que el líder del PSOE quería traer de vuelta sirviéndose de la Fiscalía -con sede casi ya en Ferraz-, debe poner al rojo vivo los nervios de la corte de enemigos del líder de Junts. Que ni son pocos ni, como diría aquél, están en desiertos remotos ni en montañas lejanas. ¡Que viene, que viene...!

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