ON los Presupuestos como telón de fondo, la última andanada de Pablo Casado contra el Gobierno de Pedro Sánchez ha sido acusarle de "oscurecer el sacrificio" de las víctimas de ETA con la "indignidad moral" de pactar con EH Bildu. Su perorata coincide en el tiempo con los ataques injuriosos en redes sociales a integrantes de ese heterogéneo colectivo, que comparten dolor pero no necesariamente relato, como son María Jauregi, Rosa Lluch, Gorka Landaburu, Josu Elespe y Maixabel Lasa. Difamaciones que, presumiblemente porque se esconden bajo el anonimato, proceden de los hooligans del líder de la oposición y sus socios de batalla, Santiago Abascal e Inés Arrimadas, amén de los jarrones chinos socialistas y demás familia. Incapaces de despojarse de sus rentables obsesiones -terrorismo, Nafarroa, el aborto, la misa diaria, los indepes y el socialcomunismo chavista, así en bucle y sin que el orden de los factores altere su objetivo-; no solo gustan de colocar pedruscos en el camino de baldosas amarillas, color que si no combina detestan, sino que convierten en mero farol aquella narrativa suya de que era posible llevar al Congreso cualquier demanda siempre que no fuera a través del detonador. En sus genes preservan el anhelo de ilegalizar a 7,6 millones de votantes para, sacando del tablero a todos los que demonizan, ejecutar esa hermosa manera de hacer (su) patria. La memoria selectiva es una cara más de la hipocresía.

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