ARA saciar las conciencias de una ciudadanía acomplejada por carecer de elementos de cohesión interna que les permitieran sentirse superiores y reclamar privilegios, el entonces alcalde capitalino, Ruiz-Gallardón, retando a su homólogo barcelonés, espetó aquello de que "el hecho diferencial de Madrid es no tener hecho diferencial". Su contemporánea Díaz Ayuso le enmienda ahora la plana reclamando un ADN exclusivo que cuando es enarbolado por vascos o catalanes poco menos que supone ser cómplice del terror. Para ello, la Dolorosa se parapetó, en la comparecencia conjunta con Pedro Sánchez donde uno confundía quién representaba a qué, en una docena de banderolas de la comunidad y otras tantas rojigualdas. Nunca mejor dicho, para enmascarar los trapos sucios, decenas de centímetros de tela cuyo desembolso podía haberse destinado, cuanto menos, a rastreadores ahora que la lideresa suplica voluntarios para reconstruir hospitales. Por las costuras siempre se les escapa -también al socialista- ese alma ultracentralista del que impregnaron sus discursos, huérfanos de soluciones para los madrileños, y que pagamos todos. Cuando Torra y el presidente español se citaron con una escenografía de relación bilateral, casi redirigen a la Benemérita camino de la plaza Sant Jaume. Si en Sol la montan al estilo del régimen chino, lo llaman fortaleza inclusiva. No hay banderas para tapar tan poca vergüenza.

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