ISITA hoy Euskadi el último, ojalá, miembro de una familia desestructurada. Hijo de un hombre con un oscuro pasado desde su más tierna infancia, cuando mató a su hermano en lo que fue calificado como un accidente. Vivió el progenitor en el exilio, gracias a las aportaciones de amigos de la familia, sin otras ocupaciones que el ocio y la diversión, lo que le permitió alcanzar fama de campechano. Emparentó con una celebridad, con la que en los últimos tiempos no compartía lecho conyugal, y tuvo la suerte de ser designado para un puesto en el que ejerció su abuelo y que le permitió forrarse gracias a su impunidad. Con su esposa oficial tuvo tres hijos. La primera dejó a su marido después de que este sufriera una isquemia cerebral que le provocó una hemiplejia. La segunda vio cómo su esposo era encarcelado por participar en negocios turbios. El benjamín, de quien se especuló sobre sus gustos sexuales -"de los nervios todas y él no quiere boda, tan rubio, tan fino, tan tieso, tan alto, tan cachas..."-, saltándose todos los protocolos de igualdad recibió en herencia el puesto que ostentó su padre. Cuando se descubrió el pastel que acusaba al progenitor de oscuro pasado de haber amasado una fortuna milmillonaria, el hijo que hoy visita Euskadi renunció a su herencia. ¿A toda? No. Solo a la monetaria. Se quedó con lo mejor. Ese puesto que le permite vivir en un palacio y con todos los gastos pagados a costa de todos nosotros.

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