L coronavirus va a conseguir lo que nadie ha logrado: poner puertas a la playa. Cuando aún quedan más de tres semanas para la apertura oficial de la temporada estival en la costa vizcaina, las autoridades advierten de que las visitas a los arenales estarán marcadas por limitaciones de todo tipo y condición. Desde los periodos de estancia hasta las actividades que se podrán realizar en ellos. Años y años de acudir a las playas con las únicas condiciones de no sobreexponerse a los rayos de sol y de bañarse cuando las banderas lo permitían llegan a su fin. Y lo tendremos que aceptar como la nueva normalidad. Como aceptamos quedarnos recluidos en casa durante semanas, cuando antes del 15 de marzo nos parecía que los chinos de Wuhan eran seres sumisos sometidos a la dictadura del régimen de Pekín. Como aceptamos que los pocos bares que han abierto lo hagan solo con sus terrazas limitadas al 50% de su aforo y, lógicamente, perennemente ocupadas por otras personas más avispadas, o con más suerte, que nosotros. Como aceptamos hacer cola para entrar en los establecimientos para realizar las compras. Podremos tumbarnos en la arena, pero deberemos mantener los dos metros de distancia de seguridad con respecto a los que nos rodean. Nos lo ponen difícil. Pero como a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart "siempre les quedará París", a nosotros nos quedará el chiringuito. Esperemos que sin restricciones.

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