El pánico es la antesala de la histeria. En un acto multitudinario, un detonante cualquiera (un petardo, un grito, un gesto sospechoso...) asusta a un grupo de personas que empiezan a correr despavoridas, contagiando su miedo a varias decenas que les rodean, que a su vez comienzan a huir a la carrera sin saber por qué, lo que provoca que cientos salgan empujando sin miramientos, para acabar en una estampida de miles que derriban, caen, pisan, aplastan... hasta protagonizar una catástrofe con eco planetario. El pánico, la histeria, pueden surgir por una circunstancia insignificante, pero su efecto es demoledor. El siglo XXI debería ser designado como el Siglo de la Histeria. Hay hechos que provocan movimientos humanos (físicos y de opinión) globales, que desembocan en histerias colectivas. No seré yo quien banalice determinados detonantes, pero sí diré que sus efectos son desproporcionados. El yihadismo no ha acabado con la civilización occidental, la emigración no ha invadido Europa ni los Estados Unidos, los populismos no han suplantado a los gobiernos democráticos (aunque algunos de estos hayan adoptado prácticas populistas), la gripe porcina no afectó a un tercio de la población mundial como llegó a vaticinar la OMS en 2009 y afirmar que el Covid-19 podría enfermar al 60% de la humanidad, como se ha dicho, es prender la mecha del petardo que provoca la avalancha. Muchos ya han empezado a correr alentados por los voceras, y el pánico acabará aplastándonos a todos.