DEL paso de Olentzero por mi casa extraigo una prueba concluyente: no sé dónde colocar tantas docenas de tuppers, fiambreras y botes de cristal. Sin embargo, para Reyes debo pedir varios lotes más de recipientes reutilizables y biodegradables porque, de lo contrario, voy a dejar más huella de carbono que una granja. He recapacitado y ha llegado el momento de cambiar el cepillo de dientes y pasarme a uno de bambú, de ¡abajo los kleenex y arriba los pañuelos de tela! y de nada de vasos de usar y tirar. Pero después de kilos y kilos de concienciación ciudadana, en el súper sigue habiendo toneladas de recipientes de plástico para la carne y el pescado, cajas para los preparados, bolsas del susodicho material para las verduras, envases plastificados para los frutos secos, tetrabriks para las bebidas y latas de aluminio para los refrescos. Y, sobre todo, mucha fruta fresca en bandejas de poliespán, cubiertas por papel film, con una pegatina que también parece plástica en la que se encuentra el código de barras. Capas y capas de polímeros completamente innecesarias. Así que, decidida a adquirir hasta el papel de váter a granel, me pongo a buscar ecotiendas y recuerdo aquella forma en que llenaban las despensas nuestras amamas, que compraban siempre a peso en mercados y ultramarinos. Eso sí, a algunos les parece superrompedor y se creen que han inventado la sostenibilidad.

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