PROMETEN el oro y el moro, aunque no sé si esta expresión es ahora políticamente correcta. "Pasen y vean", gritan alborozados para que estemos atentos a sus trucos malabares. Dibujan paisajes de ensueño y un futuro de vino y rosas en el que fornidos apolos y delicadas odaliscas hacen las delicias de unas y otros, o de unos y otras, y así sucesivamente, que no hay que herir susceptibilidades ni menospreciar a nadie por su condición sexual. Quieren hacernos creer que tienen el mejor producto para nuestras carencias. Los mejores políticos para arreglar el país, los mejores jugadores para ofrecer el partido más espectacular del siglo, los mejores jueces para que no haya diferencias en la sociedad... Todo es lo mejor para esos prebostes que viven aislados de la gente, en una burbuja que les impide conocer la realidad de lo que les rodea. Pero luego, cuando hay que afrontar el día a día, vemos que nos han vendido el crecepelo del lejano Oeste. Nadie baja de su burra para ceder un ápice de lo que consideran sus principios -"aunque si no le gustan, tengo otros"-, ni ofrecen un poco de espectáculo en lo que denominan El Clásico, como si solo hubiera dos equipos en el mundo, ni utilizan la misma vara de medir para catalogar los delitos de unos y otros. Todo su discurso se queda en agua de borrajas. Y, sin embargo, una y otra vez, consiguen embaucarnos. La culpa de su endiosamiento es nuestra.

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