Año 2150. Catedral de Notre Dame. Las profecías científicas no eran un cuento. Apenas doscientas personas sobreviven a duras penas en el interior del templo tras la catástrofe climática. Son los últimos. Por alguna extraña razón, este reducto ha conseguido la inmunidad ante la ley de la naturaleza. ¿Hasta cuándo? Ninguno de los supervivientes lo sabe. Solo les alcanza el entendimiento para agradecer a aquel gran hombre de principios del siglo XXI su apuesta por restaurar la catedral. En el circuito cerrado de televisión instalado en el recinto sagrado emiten una y otra vez sus palabras visionarias, aquellas que han permitido que al menos ellos sigan con vida. La conversación del vídeo se desarrolla en castellano, pero en cada repetición aparece subtitulada en uno de los veinte idiomas que hablan quienes habitan esa especie de arca de Noé. En la grabación, una niña pregunta: “Si pudieras donar dinero a un sitio, ¿a dónde sería? ¿A la catedral de Notre Dame o a salvar el Amazonas?”. El gran visionario responde, rotundo: “A la catedral de Notre Dame”. Los niños lo miran asombrados, incrédulos, y espetan: “En el Amazonas hay árboles, naturaleza; está incendiado y es el pulmón del mundo”. El hombre, con suficiencia, responde: “Sí, es el pulmón del mundo, pero Notre Dame es un símbolo de Europa. Y nosotros vivimos en Europa. La mejor cosa que nos ha podido pasar a España, hace 30 años ya, es ingresar en la Unión Europea”. Y los congregados en Notre Dame corean: “Palabra de Dios”.