SE supone que hoy es el día en el que muchos príncipes y muchas princesas vuelven a la cruda realidad: necesitan trabajar para vivir y este aciago lunes les espera amenazantes desde hace un mes tamborileando con los dedos. Hay quien lleva ya varias semanas apagando el despertador y también quien todavía guarda como un tesoro los últimos de las vacaciones, pero puede decirse que hoy es el día D, el del desembarco en el centro de trabajo con balas silbando alrededor. Toca trabajar y algunos lo harán más horas de lo que establece su convenio. Hace unos días se supo que los vascos metieron el año pasado 4,8 millones de horas extraordinarias. Haciendo cálculos muy simplistas, ese dispendio de tiempo de trabajo habría permitido la contratación de algo más de 13.000 trabajadores, un pequeño ejército que habría acercado a Euskadi al paraíso del paro técnico. Casi nada. Tienen las horas extra un barniz de misterio, de trabajo realizado de incógnito y a veces sin cobrar por ello. Igual que son extraordinarias estas horas robadas al descanso podrían ser extraoficiales, extravagantes o incluso extracorpóreas, o sea realizadas con energía espiritual una vez las fuerzas han abandonado el cuerpo. Las horas extraordinarias realizadas en todo el Estado ascienden a 166 millones, lo que equivale a casi 19.000 años o 190 siglos. Y en medio de ese derroche de tiempo uno no puede dejar de preguntarse cuántas horas -extraordinarias o corrientes- necesitan algunos para encontrar apoyos para formar gobierno.