GENERACIÓN tras generación las relaciones entre madres, padres, hijos e hijas tienen patrones que convierten el oficio en ambos lados de las barricadas en una sucesión de clichés que cada uno capea como puede. A ello hay que sumar el acento que los progenitores quieran darle al ocio: actividades al aire libre, deporte, experiencias culturales o rabas dominicales (o una ensalada de algunas o de todas ellas). Nada nuevo bajo el sol. A lo que no se habían enfrentado hasta ahora los padres es al momento idóneo -si lo hay- de ponerle a la criatura un móvil en la mano. Seguramente el mejor argumento para dárselo cuanto antes es tener localizado al chaval, aunque intuyo que cuando quiera estar de incógnito lo hará sin pudor. Hay casos en los que a una edad muy tierna la cándida tropa ya pasa algunas horas sin compañía debido a la imposibilidad de ajustar horarios laborales en la familia. Los padres no ven otra solución que conectar a la criatura a un gps. El caso es que si la mayoría de los adultos utiliza de forma desmesurada el móvil, es imposible pensar que un niño, tenga la edad que tenga, va a hacer un uso correcto. Y esa percepción se reafirma cuando uno escucha que una niña de once años busca popularidad frente a sus amigos y amigas con la broma de llamar a teléfonos de forma aleatoria ofreciendo sexo. Y, sin llegar a esos extremos, analizando el grado de dependencia del móvil de los que no lo tuvimos de adolescentes, es evidente que dar un móvil a un niño es un crimen.