NUNCA llueve a gusto de todos. Eso está claro. La última polémica la protagonizó ayer un grupo de mozos de los que madrugan para correr a diario los encierros de San Fermín en Iruñea. Se quejan de que las condiciones de la carrera han cambiado radicalmente en los últimos años. La masificación es su primer lamento. Morir de éxito su consecuencia. El antideslizante que reciben los 850 metros que separan los corrales de Santo Domingo de la plaza de todos de Iruñea, el segundo. Y la excesiva velocidad de unos cabestros bautizados como Messi y Cristiano, el tercero. Claman los experimentados corredores, navarros o no, porque el excesivo número de participantes y el afán de protagonismo de los novatos impide a los puristas coger toro. Critican el derroche de antideslizante porque creen que resta emoción, ya que los resbalones de los morlacos han desaparecido como por ensalmo. Y alucinan con las carreras de unos mansos que emulan a Usain Bolt cada vez que oyen el lanzamiento del cohete a las 8.00 de la mañana. El debate está abierto. ¿Seguridad o espectáculo? La obligación de los organizadores es salvaguardar a los corredores. La de estos, correr en las mejores condiciones. ¿Qué diríamos si un Ayuntamiento permitiera el uso de una barraca que no cumpliera la normativa de seguridad? Cuando está en juego la vida de las personas no hay término medio. La seguridad debe prevalecer por encima de todo.

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