MIL. Salvo el uno y el dos, no hay número que se exprese con menos letras. Y no hay palabras para expresar el dolor generado en 17 años en ese millar de familias que han visto cómo una de sus componentes moría a manos de su pareja. Un millar de vidas sesgadas que concluyeron a manos de quien un día perdido en el tiempo y la memoria había conquistado su corazón. Sin embargo, lo que comenzó como un cuento de hadas se transformó en un relato diario de dolor y sufrimiento. Las palabras de amor y comprensión se convirtieron de la noche a la mañana en insultos, prohibiciones, amenazas y vejaciones. El siguiente paso fue un empujón, un tirón de pelo, un puñetazo en el ojo, que duele más fuera de casa cuando le preguntan “¿qué te ha pasado?” y miente para encubrir al que aún quiere y cree poder reconducir a la normalidad. Pero la normalidad se convierte en un infierno. Las agresiones se repiten cada vez con más asiduidad. Llegan las confesiones a los familiares: “Me pega y humilla”. Llegan las denuncias en diferentes comisarías. Llegan los juicios. Y las órdenes de alejamiento. Nada sirve de nada. Un día llega la muerte, en forma de disparo, de navajazo, de golpes... Así, hasta un millar en 17 años. Más de una cada semana. Mil historias diferentes con el mismo fin. Mil historias con mil cruces en el Monte del Olvido, donde parecemos empeñados en ocultar la violencia machista.

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