VIENDO al director de Mercedes Benz, la mayor empresa de Euskadi, posando ufano en el frontis de sus furgonetas, ahí en sus capós, una tiene que contener el aliento. El éxito tiene algo de temerario, igual que algunos conductores, porque nunca se acaba de vislumbrar cuál y cómo será la causa del trompazo. A Emilio Titos, máximo baranda, le pillaron después de dejar a un hombre malherido en la carretera de Peñacerrada mientras le chirriaban las cuatro ruedas con su hijo en dos Mercedes de gran cilindrada que habían sacado de la fábrica, que para eso es suya. La cosa debía de ir de hacer un control de calidad como Dios manda, como el “jefe infiltrado” y con todo el realismo posible, incluidas víctimas de una conducción alocada, cacho a cacho, que ayer les sentó en un juzgado de Gasteiz. Hacer algo así siendo el máximo gerente de la empresa es como para despedirse uno a sí mismo pero de inmediato. Pero ni por esas. Titos probaba con su hijo la mercancía que salía de sus factorías, unos locos de Cannonball de alta gama, patronos con sus cochazos, como si los trompos ejecutados con los coches de exposición fueran a dejar un reguero de colonia en lugar de gasolina por la A-2124. Una se lo imagina hablándose a sí mismo mientras escucha en el loro Deep Purple: “Acelera un poco más / porque me quedo tonto / vamos muy lentos”. Picando rueda, su trayectoria, por listo, ha terminado en siniestro total.susana.martin@deia.eus