APENAS han pasado doce días desde las pasadas elecciones generales y volvemos a meternos en una campaña electoral. Quince días por delante de proclamas, discursos, soflamas, descalificaciones, alabanzas, viajes, mítines, abrazos, sonrisas, firmas de autógrafos y todo lo que sirva a los postulantes para conseguir el voto que les aúpe a la alcaldía, la concejalía, a las Juntas Generales o, los más internacionales, al Europarlamento de Estrasburgo. Volverán a ser dos semanas en las que los que todavía ostentan el poder tratarán de convencernos de que su gestión ha sido insuperable durante los últimos cuatro años y que su experiencia les permitirá abordar con garantías los asuntos más complicados previstos en sus agendas. Al otro lado de la barrera, la oposición propondrá un cambio de rumbo de 180 grados. Echará tierra sobre todo lo que hayan logrado los actuales cargos y venderán la burra de que ellos no vienen a servirse, sino a servir. Lo malo es que cada uno aportará los matices que definen su ideología. Desde los más retrógrados a los más progresistas, desde los que pretenden acabar con las autonomías a los que abogan por negociar la compleja situación catalana. Quince días de sobredosis política a todos los niveles para definir los puestos que marcarán nuestra vida cotidiana el próximo cuatrienio. Paciencia. Solo hay que guiarse por lo que vemos a diario. Y votar en consecuencia.

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