CUATRO acepciones da la RAE a la palabra madrugar: levantarse al amanecer o muy temprano, aparecer muy pronto, ganar tiempo en una solicitud o empresa y anticiparse a la acción de un rival o de un competidor. Aristóteles Onassis, aquel multimillonario griego del siglo pasado que pasó a la historia por haber desposado a la Viuda de América, Jackie Kennedy, aconsejaba a quien quisiera ser como él (multimillonario, quiero decir) que durmiera dos horas menos de las que consideraba necesarias. Y la derecha española se ha dado cuenta de que, ante las elecciones generales del próximo día 28, tiene que buscar votantes en caladeros hasta ahora vetados a aquel maremágnum que era el Partido Popular. Así que Vox nos escribió a todos (sí, en el sobre rojigualdo que nos metieron en el buzón de casa) y nos habló de “la España de las personas que madrugan”. Y para no quedarse atrás, Pablo Casado, ese aprendiz de Aznar sin bigote ni máster, se propone ser “el candidato de la clase media y de la España que madruga”. Unos y otros se han debido de dar cuenta de que los toreros y las folclóricas no madrugan mucho. Y que hay millones de personas con derecho a voto que tienen que trabajar y, consiguientemente, madrugar para ganarse el pan. Quieren hacernos creer que pisan tierra en vez de moqueta. Pretenden convencernos de que son de la calle. Y lo que deberemos hacer es dejarlos en la calle.

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