Soniquete de la Corte: “a Sánchez no le van a echar ni Feijóo ni toda la derecha junta; le van a echar los jueces”. Cualquier camarero de un cenáculo madrileño que se precie se sabe por escuchado este estribillo. Comenzó a sonar en voz baja. Desde hace unas semanas se repite con verborrea. En verdad, tampoco va descaminado. El cerco judicial sobre el enardecido presidente del Gobierno avanza sin pausa en paralelo al deplorable marasmo valenciano. Bien puede comprenderse así que el PSOE arranque su Congreso Federal acorazándose contra la turba enemiga donde coinciden rivales (o enemigos) políticos, periodistas, empresarios, togas y comisionistas. Un variopinto batallón que, sobre todo, huele sangre.
Para colmo de males, también en el PSOE se flagelan. Ahí queda el kafkiano caso Lobato para entender tan desgarrador despropósito. Aquella maledicencia del abominable MAR, con su mentirosa filtración para defender al novio de su guiñol, ha estallado malévolamente en unas torpes manos socialistas. La estruendosa dimisión del líder de la convulsa Federación Socialista Madrileña envuelve tóxicas repercusiones para la sala de máquinas de La Moncloa, cada vez más propensa al error, quizá como consecuencia del asedio que intimida. La metedura de pata con la asistenta de Begoña Gómez alienta las esperanzas de sus inquisidores que, de momento, se aseguran el desasosiego de la investigada y su entorno.
Nunca como hasta ahora Sánchez había sentido el calado de la adversidad. Ha venido sorteando sacudidas de alto voltaje -y lo sigue haciendo- con una permanente política de arriesgadas cabriolas posibilistas. Hasta que le han tocado la fibra íntima embadurnada de una sospechosa corrupción a su alrededor, precisamente cuando su mayoría de la investidura hace aguas. Bajo un entorno insufrible por indecoroso y beligerante, el presidente no logra desquitarse del vapuleo mediático y judicial a su mujer cuando había pregonado que no había agua. Asiste incrédulo a las imputaciones sobre su hermano. Le salpican las duras acusaciones de un detenido que le reta y no con la boca pequeña. En su entorno, además, se resbalan burdamente cuando quieren desnudar las tropelías de Ayuso. Y en el partido se miran unos a otros perplejos por la difusión de unas mordidas que recuerdan los peores años del PP corrupto.
Ante tamaña coyuntura, la derecha enseña el diente hambriento. En realidad, lo viene haciendo desde que no trabó la mayoría para gobernar. Pero las amenazas de Aldama, todavía sin prueba, aunque dotadas de suficiente credibilidad para quienes conocen sus alcantarillas, alientan más que nunca las esperanzas en Génova de que un día se cumpla la profecía de aquel soniquete y los jueces saquen el verduguillo. Precisamente esa confianza del PP en una progresiva debilidad de un Sánchez siempre en manos de otros, permite entender buena parte de la ofensiva creciente que destilan muchas voces dentro y fuera del Congreso. Un terreno fértil para que un juez, en este caso Eloy Velasco, despotrique sin piedad hasta rozar la injuria contra decisiones y miembros de un Gobierno. O que un diputado de Vox reviva elogiosamente el franquismo sin pudor alguno ni reprimenda. Incluso que las engrasadas máquinas de falsas imputaciones aceleren al máximo su frenética producción. Todos a una. Por eso es fácil de comprender que en el cónclave socialista apelen a pertrecharse porque sienten los pasos que les persiguen.
El elefante sigue ahí
Pero el PP sigue teniendo el elefante valenciano en su habitación. Le supone un auténtico lastre cuando pretende incorporar nuevas compañías siquiera para compartir el rechazo a ese ligero olor a podredumbre que empiezan a destilar las tramas interrelacionadas de Ábalos, Koldo o Aldama por los pasillos de varios ministerios socialistas. La debilidad manifiesta de Feijóo con el insolvente Mazón representa un lastre para el futuro del líder gallego.
Más allá de la estrategia política de desviar hacia el Gobierno central gran parte de responsabilidad en la tragedia de la dana y sus trágicas derivadas, el presidente del PP debería asumir cuanto antes que la gran mayoría de la ciudadanía levantina nunca perderá la memoria del 29-O. Una lectura en falso le conducirá al fracaso, aunque en el castigo los socialistas tampoco puedan evitar el azote. La manifestación de este sábado servirá de termómetro para evaluar el alcance de la indignación y de la atribución de responsabilidades. Van a por Mazón y él lo sabe.