Una evidencia entre tantas que salieron a relucir ayer en el Congreso de los Diputados: Pedro Sánchez no escucha a sus aliados. Por activa, pasiva y circunfleja, los grupos que le han permitido dormir en La Moncloa desde hace siete años le habían dejado claro a su Sanchidad que ya no vale el “y tú, más”. Tras su primera intervención, varios portavoces —en especial, Gabriel Rufián— habían ponderado positivamente que no se hubiera ido al barro a recordar las mil millones de guarrindongadas del PP. Simplemente, no era necesario. Hasta el menos ducho en politiquerías sabe que Génova, empezando por el emplazamiento de su sede putrefacta, es la Meca del choriceo desde la misma fundación del partido que adquirió como símbolo icónico una gaviota que, al final, resultó ser un charrán. Pues verdes las segaron. Sánchez convirtió su segundo turno de palabra en un estomagante “y tú, más” en bucle que no aportó más que el autorretrato de un líder a la defensiva, pésimamente aconsejado por sus susurradores con gusto por la succión. Solo la parroquia enfervorecida y acrítica hasta el tuétano, como el palmero Puente, aplaudió la enésima retahíla de soplamocos a Feijóo, coronados por la ya cansina alusión a la foto del yate en compañía del narco Marcial Dorado. Ostras, que habrá que ir cambiando el repertorio, sobre todo cuando la contraparte puede usar a discreción las mil y una instantáneas de los cuatro pasajeros del archifamoso Peugeot. Ahí estaba el ahora autoproclamado inocente e ignorante, rodeado por el trío de la bencina —Ábalos, Koldo, Cerdán—, que seguramente empleaban el tiempo de los periplos en debatir sobre la crítica de la razón pura de Kant y no en gallear sobre qué prostituta se enrolla mejor. Menudo empeño más ridículo, el de Sánchez, haciéndose de nuevas sobre la garrulez machirula de quienes compartieron con él miles de kilómetros. Pero, de acuerdo con lo visto ayer en el hemiciclo, basta un rapapolvo por toda sanción. Pues vale.
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