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En confianza

Javier Vizcaíno

Los poderosos también mueren

Repetiré por enésima vez –y no será la última, me temo– que la muerte no nos convierte en mejores personas de lo que fuimos antes de exhalar el último hálito. Y es verdad que tampoco es de buen tono darse un festín de hacer leña con el árbol caído, pero están de más los elogios fúnebres de tipos que, antes de irse al otro barrio, se dedicaron a hacer el mal con fruición y sin el menor cargo de conciencia. Lo que digo sirve para cualquiera, pero sumando dos y dos, es posible que hayan adivinado que este amago de reflexión en voz alta viene a cuento del penúltimo alimentador de la prensa rosa y marrón que ha dejado el mundo de los vivos, a saber, el exalcalde de Marbella y exnovio de Isabel Pantoja –esas dos apostillas van siempre junto a su nombre– Julián Muñoz.

Ahora que ya es no sé si ceniza o pasto de gusanos, resulta estéril cargar las tintas sobre su sucia bibliografía presentada cuando era uno de tantos másteres cañís del universo del poder en Hispanistán. Quizá sí procede darle una vuelta a la pervivencia, ya entrados en el tercer milenio, de esa fauna caspurienta, rezumante de testosterona rancia y descomunalmente zafia que sigue manejando cotarros muy sustanciosos y comportándose como si sintieran que ni las normas del decoro ni las leyes van con ellos. Son los gañanes venidos a más que guardan en los altillos de los armarios de su casa bolsas de basura llenas de billetes de 500 euros y se empapuzan de güiscazos y polvos blancos con los pantalones en los tobillos en los puticlubs de medio pelo donde cierran sus negocios, a cada cual más turbio y crematístico que el anterior. En algunos casos, como el que nos ocupa, hasta consiguen trascender de su territorio, tienen sonoros romances con una famosa y simultanean sus presencias en la prensa del colorín y las páginas de tribunales. Todo, para acabar muriendo hechos un amasijo casi informe de piel y huesos a la vista de todo el mundo. ¿Le habrá merecido la pena?