LAS opiniones de Borja Sémper tienen la consistencia de un consomé de asilo de los de antes. Lo mismo te dice que hablar euskera en el Congreso es “hacer el canelo”, que luego le da por hablarlo él y, cual si no tuviera abuela, sentencia que fue “una idea brillante”. Eso, después de jugar al verso suelto de chicha y nabo dando a entender que le ha caído una bronca en su partido por desviarse del uso del español, pero que a él no le dice nadie lo que tiene que hacer o dejar de hacer. Los que conocemos al irundarra desde hace un par de decenios y pico, sonreímos ante estas interpretaciones de su papel favorito, a saber, el de centro permanente de atención.

Con todo, de su ufana autojustificación de ayer, me quedo con la parte en que aseguró que para aplacar a sus incendiados compañeros les explicó que intentaba evidenciar que las lenguas cooficiales no son patrimonio de los independentistas. Ahí debieron pararse las rotativas. A sus 47 años, y con casi treinta de ejercicio político, Sémper ha descubierto la gaseosa. Más allá de cuatro talibanes, el dirigente del PP no encontrará ningún independentista, soberanista o asimilado que pretenda que su lengua es patrimonio exclusivo de los de su terruño concreto. Al contrario, se hace todo lo posible por conseguir el mayor nivel de conocimiento y uso que sea posible, tanto entre los locales como entre los foráneos. Solo el españolismo más rancio y, desde luego, el más ignorante (a veces, voluntariamente ignorante) ha menospreciado con arrogancia y hasta ha tratado de asfixiar unas lenguas que perfectamente podría reclamar como suyas, aunque no las hable.