LAS redes sociales se llenaron ayer de memos ambulantes que acusaban al Gobierno español en fase de extinción de haber comenzado la gran exhumación de Cuelgamuros para mejorar sus más bien flojas encuestas. No les da el cacumen para comprender que una operación así no se improvisa de un día para otro y que, de hecho, llevamos un retraso inmenso en la recuperación de unos cuerpos que, simplemente, jamás debieron haber acabado ahí. Con todo, sería estupendo que de verdad estas intervenciones que buscan la reparación de una brutal injusticia histórica influyeran en los resultados electorales. Por desgracia, como mucho, sirven para un cierto postureo pirotécnico que solo alimenta a los muy cafeteros. Al común de nuestros convecinos el franquismo le pilla muy lejos. Y añado que no ayuda mucho ver que la cuestión se utiliza como materia de chuntachunta por el progrerío de aluvión, tan hábil en el arte de cargarse las buenas causas a fuerza de banalizarlas.

Por lo demás, y volviendo al asunto central de esta parrapla, solo me queda desear con todas mis fuerzas que el objetivo se cumpla. Ojalá el enorme dispositivo técnico y científico sirva para hallar e identificar a las 128 víctimas –40 de ellas, vascas– que componen la fase inicial del proyecto. Es verdad que son una parte ínfima de los más de 30.000 cuerpos depositados en el siniestro monumento megalómano a mayor gloria del dictador. Pero para sus abnegados familiares, que llevan décadas batallando por la recuperación de los restos de sus deudos será un descanso y el premio a su irreductible decisión de no rendirse. Se merecen que les salga bien.