NO sé si hay que decir que nunca es tarde si la dicha es buena, pero ahí le andamos. Nueve días después de las vomitivas palabras del exministro José Barrionuevo pavoneándose de las siniestras andanzas de los GAL, el Gobierno español, por boca de su ministro de Presidencia, Félix Bolaños, ha expresado su condena rotunda a los mercenarios nacidos y amamantados en las cloacas del estado en tiempos del primer gobierno del PSOE. Lo ha hecho utilizando una fórmula que conocemos perfectamente porque ha sido de uso y abuso en la acera de enfrente, eso de “hay cosas que no deberían haber sucedido nunca”.

Casi nadie podría estar en desacuerdo con tal obviedad. Pero si quiere que creamos que sus palabras son sinceras, falta el sujeto. Esas cosas que mentaba el ministro no fueron producto de la casualidad, el infortunio o la providencia. Qué va. Hubo unos responsables concretos, que en su inmensa mayoría siguen con vida y hasta de vez en cuando son saludados como grandes estadistas y que, como acabo de apuntar, eran miembros de un partido determinado y actuaban desde el poder ejecutivo. De nada vale la condena difusa por elevación si se pasa por alto lo fundamental, es decir, que esa guerra sucia –yo prefiero denominarla terrorismo de Estado– atendió a la acción fríamente premeditada de unos individuos que, debiendo ser los primeros en observar la ley, se la saltaron sin importarles las vidas que dejarían en el camino, que fueron casi una treintena. Con todo, más allá de las declaraciones, hay un modo de probar la buena fe: levantar el secreto sobre la actuación de los GAL. Ahí queda el envite.