AUNQUE nos pille a contrapié y haya habido que encajarlo a martillazos en el calendario laboral, celebro que hayan declarado festivo este martes, 6 de septiembre, en honor de la gesta de Juan Sebastián Elkano. Del de Getaria y los supervivientes, y, sería injusto olvidarnos, de Magallanes, el ideólogo de la vuelta al mundo imposible, y de los otros 220 tipos que se quedaron en el periplo de tres años tratando de encontrar el modo de rodear el planeta a partir de un puñado de conocimientos y de otro de intuiciones. Citando una de mis frases favoritas, lo hicieron porque no sabían que era imposible.

Y, realmente, creo que no hay demasiado que añadir. O no habría. Simplemente, no me siento en condiciones de pontificar más ni sobre la empresa ni, mucho menos, sobre el personaje que hoy glosamos, No será, con todo, porque no haya leído muchísimo al respecto. Diría que en exceso y con un resultado que debería haber previsto: cada erudito del copón me retrata un ser humano completamente diferente. Para unos, es el no va a más del espíritu de conquista español. Para otros, por eso mismo, un vasco traidor vendido a la causa del imperialismo español. Luego están los que, a la inversa, le cantan loas como izquierdista del copón que decidía en asamblea cada paso de la expedición. O los que no dudan en presentarlo como un abertzale adelantado a su tiempo que impregnó con su vasquidad cada tierra desconocida que pisó. Todos, apoyándose en supuestos documentos incontrovertibles. Yo, que no soy sabio ni competente, me decanto por pensar en un individuo de hace 500 años que lo hizo lo mejor que supo para conservar el pellejo.