Sin mover un dedo

– “Me da igual lo que digan, renuncio porque mi cuerpo está roto”, proclamaba ayer en El País –qué rapidez para encontrar un altavoz– la recién dimitida como fiscal general del Estado, Dolores Delgado. Dudar de la veracidad de sus palabras se me antoja de un pésimo gusto. Otra cuestión es que resulte extraño que, casi al mismo tiempo que echa pie a tierra de las funciones que ostentaba hasta ahora, se postule para la Fiscalía de Memoria Democrática. Pero ni en eso hay que entrar. Dos hernias de disco con la necesidad permanente de estar acostada y una agenda llena de citas médicas son razones de peso suficiente como para “dar un paso al lado”, empleando su propia expresión. Un paso al lado, eso tampoco cabe negarlo, que a quien la designó le viene de perlas en el momento actual. Pedro Sánchez se ha librado, sin aparentemente mover un dedo, de uno de los personajes más tóxicos ligados a su gobierno.

Amortizada

– Desde el mismo instante de su poco edificante nombramiento, Delgado ha sido la gran bestia negra, el gran pimpampum, de la derecha mediática. Y si bien es cierto que, siguiendo las costumbres cavernarias, la mayoría de la estopa era porque sí, también lo es que el desempeño de su cargo ha sido un escándalo en bucle. Con los medios progresistas, digámoslo todo, silbando a la vía, precisamente para que no pareciera que estaban haciendo el juego al ultramonte que cada día le sacaba a la susodicha un titular lleno de púas. Así que llega al momento de la caída completamente achicharrada y, desde luego, amortizada. Con una ventaja añadida: su sustituto es alguien bastante menos conocido y mucho más obediente (aunque parezca increíble) a los designios de Moncloa.

Lastra

– Si ese relato vale para la dimisión en el frente institucional, se calca para la renuncia del negociado de Ferraz. Tampoco hay por qué recelar de las razones médicas alegadas por Adriana Lastra para dejar de ser número dos del PSOE. Pero, de nuevo, habrá que llegar a la conclusión de que la retirada de la aguerrida política asturiana es una bendición para Sánchez. Al igual que en el caso anterior, se quita de encima una figura cada vez peor vista. Y también, después de haberle exprimido hasta la última gota de sangre, sudor y lágrimas. Pero lo mejor es que la necesidad de sustituirla le ofrece la posibilidad de hacerse una nueva cúpula a su imagen y semejanza. O, mejor dicho, a la imagen y semejanza de sus necesidades y objetivos actuales. De eso ha ido siempre el manual de resistencia, de salvarse… él mismo.