La mañana del próximo lunes 27 de octubre en Gernika Lumo será una pintura en tonos de huerta, de canastos cargados, de risas que caminan entre puestos y valles. Porque ese día se respira la tradición viva de un mercado que no es sólo mercado: es festejo, es rito, es encuentro. La conocida feria agrícola del Último Lunes de Octubre reúne cada año a cientos de productores, artesanos, vecinos y visitantes en un baile de voces y alimentos que se contrapone a la quietud del otoño que se asoma.
Dicen los archivos que este mercado hunde sus raíces en la Carta Puebla de la villa, allá por 1366, cuando Gernika obtuvo el privilegio de celebrar un mercado. Y hoy, a pesar de los siglos, cada puesto sigue siendo una historia, una cosecha, una confesión de barro y sol. En 2024 reunió más de 240 puestos.
Imagino al roble, el viejo roble que guarda la memoria de Bizkaia, sonriendo ante el bullicio: los agricultores estiran el cuerpo temprano, las verduras bullen en los manteles verdes, los quesos esperan su destino, los maestros del txakoli alzan sus vasos como si llamaran a un brindis por la vida sencilla.
Pero también hay nostalgia. No es sólo el regateo de precios, ni la subasta del queso (que a veces alcanza sumas inesperadas). Es la presencia de la tierra, de la tradición que resiste. En un mundo en el que lo rápido y lo global juzga lo auténtico casi con desdén, este lunes engrasa sus engranajes con defensores del baserri, con artesanos que cincelan la forma del barro o la madera, con gente que aprende otra vez que bajo las cosas simples hay una sabiduría.
Es, en cierto modo, un acto de resistencia: de los ritmos lentos ante los urgentes, de la venta directa ante el escaparate digital, del contacto humano ante lo virtual. Y también una fiesta, porque lo agrícola se viste de gala y se permite –por fin– ser admirado y disfrutado en carne y hueso.