El mar es un libro abierto, un testimonio de la historia de la humanidad y de la naturaleza. Un libro que, si no cuidamos, se convertirá en un silencio triste, en un susurro apagado por la basura y el olvido. Por eso, Abracemos el Mar no es solo un reto físico, sino un acto de esperanza, una llamada a que abracemos esa inmensidad con respeto y compromiso.

En un mundo donde las costas se convierten en fronteras invisibles entre la tierra y el mar, surge un reto que no solo desafía el cuerpo, sino también la conciencia. Abracemos el Mar es más que una travesía deportiva; es un acto de amor y resistencia, un grito que busca despertar en cada uno de nosotros la urgencia de cuidar ese vasto y misterioso universo que nos abraza.

Desde las costas hasta el horizonte que se funde con el cielo se recorta la silueta de un camino que es también un recordatorio: los mares no son solo un escenario de belleza, sino un patrimonio vivo, un pulmón que respira en nuestro nombre. Pero ese pulmón está en peligro, asfixiado por la contaminación, la indiferencia y la explotación desmedida.

Pide que abramos los ojos y el corazón, que entendamos que proteger el mar no es solo una tarea de los expertos o de los gobiernos, sino una responsabilidad de todos. Porque el mar no solo nos da alimento, belleza y vida, sino también nos recuerda que somos parte de un mismo ciclo, de una misma historia que se escribe en las olas. Es lo que ha hecho Alberto Lorente, una suerte de hombre pez que ayer se lanzó a las aguas a orillas de Itsasmuseum para nadar hasta la playa de Ereaga. No es un desafío acuático a modo y manera que la prueba olímpica de aguas abiertas, no. Alberto ha decidido lanzarse a las aguas para leer lo que cuentan los mares y océanos, para contarnos todo el mar que se esconde donde está la llave de la suciedad, matarile, rile, rile.