Era una mañana de dineros, de chines, como se acostumbra a decir por estos lares; de presupuestos, como se acostumbra a decir en los despachos y en los salones de plenos, cuando al alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, le dio un soponcio, preso de las garras de la fiebre. El claro ejemplo, ya ven, de que la llegada de la enfermedad es siempre inoportuna. Fue el susto del día, habida cuenta que Bilbao, Bizkaia entera, son tierras que se mueven en anchos consensos. No queda otra que congratularse por los amplios acuerdos y encomendarse a que la pérfida gripe deje de hacer estragos. En un contexto de incertidumbre económica y social, donde la ciudadanía espera respuestas y soluciones, la falta de acuerdo entre los partidos hubiese sido un lujo inasumible. Es por ello que no cabe sino festejar unos acuerdos que confirman la necesidad de remar en común y en la misma dirección. Los presupuestos no son solo números en una hoja; son el reflejo de las prioridades de un país, de sus valores y de su visión de futuro. En este sentido, la política debería ser capaz de elevarse por encima de las disputas partidistas y encontrar un terreno común. Sin embargo, la realidad es que, en muchas ocasiones, los intereses particulares se imponen a las necesidades colectivas. Y así, mientras la ciudadanía se enfrenta a la subida de precios, a la precariedad laboral y a la incertidumbre, en no pocas ocasiones la política parecía más preocupada por sus estrategias que por el bienestar de la población. La reacción de la gente que gestiona el porvenir que se avecina ha sido digna de aplauso.
Es cierto que llegar a un consenso no es tarea fácil. Pero en este momento, más que nunca, se requiere un ejercicio de responsabilidad. La historia nos ha enseñado que los grandes acuerdos son posibles, que en momentos duros se han logrado pactos que han permitido primero la supervivencia y más tarde el avance. En esa idea parecen moverse. Brindemos por el acuerdo y la recuperación. Del pueblo y del alcalde.