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Marranas y demás vidas

Según cuenta la historia -salpicada de leyenda o cubierta por el barniz de la pura realidad....-, las pequeñas tiendas que se encuentran incrustadas en los muros de la catedral de Santiago tienen un origen incierto. En fín, para qué andarnos con zarandajas: la historia más común es que aquellas concesiones medievales eran una forma de pagar a unas mujeres que hacían algo más que la corte a los presbíteros y clero en general de la entonces iglesia de Santiago. A estas mujeres el pueblo llano, siempre tan puntilloso, ya saben, les denominaba “las marranas”.

Algunas versiones aseguran que esas tiendas abastecían de necesidades a las peregrinaciones de Santiago. Ya a finales del siglo XI es probable que existiera una ermita dedicada a Santiago Apóstol, en el emplazamiento actual de la catedral homónima o en sus alrededores, la cual por aquel entonces se erigía como un punto de referencia para los peregrinos medievales. No está claro para la arqueología de la Historia. Lo que sí es evidente es que se cruza en el camino del Norte. No por nada, la Puerta del Ángel, uno de los tres accesos al edificio histórico por el claustro, también es conocida como Puerta de los Peregrinos.  

Sea como sea lo cierto es que esas tiendas, que recuerdan a nichos horadados en la piedra, necesitan, en pleno siglo XXI, una revisión. Esa es la apuesta. La última vez que me fijé en una de ellas existía una tienda de cerámica artesanía que se llama Buztin artean. Entre barro, ya ven. Encaja a la perfección con el espacio que ocupa y con la historia que arrastra, descontada la historia de las marranas. Si todos esos espacios se rehabilitan pueden dar una enésima vida a la catedral de Bilbao, nuestra Notre Dame, si se juzgan las largas colas de visitas que se forman y que, permítanme el chiste malo, joroban a la menguante feligresía que aún queda. Es el signo de los tiempos.