LO han oído alguna que otra vez, ¿verdad? Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Es una frase sacada de los Evangelios que suena bien, muy bien, qué sé yo, como el intermezzo de la Cavalleria rusticana, obra de Pietro Mascagni. Si tienen curiosidad y no conocen ese pasaje búsquenla. Verán que no les miento, que suena a las mil maravillas. Lo que les decía, la frase en la cruz suena a gloria, nada que ver con la manera de pedir perdón de la mujer que durante unos horas puso a Bilbao en trance y a una familia en concreto en los acantilados de la desesperación. “No era mi intención”, dice ahora la mujer, cuando se ha visto entre la espada y la pared. Da la impresión de que usa el perdón como vía de escape.

La secuestradora insinúa que el suyo fue un arrebato, que no estaba en sus cabales. Pero sí parecía estarlo cuando se vistió con una bata blanca para acceder a la habitación de la que se llevó a la criatura o cuando se llevó al recien nacido escondido. O cuando guardó, como un ladrón de guante blanco, los planos del escenario. O cuando abandonó al niño en un felpudo en vez de entregarlo, y entregarse, a la policía. El poeta y pintor británico William Blake dijo que es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo. No les será fácil a los padres perdonarla, por muy enemiga que parezca la mujer que ahora se mueve entre los tribunales con la misma soltura con la que se movió por los pasillos del hospital. La frase del viejo William es certera y profunda, lo sé. Pero puede que también provenga de un engaño. No en vano, Blake hablaba con Dios y con los demonios. En su tiempo fue considerado como un artista maldito, un loco que solo sería comprendido y apreciado años después.

Tampoco le comprenderán a la mujer que robó al niño, por mucho juego de la pena al que invoque. Decir “lo siento” no arreglará lo que se ha roto. No puede restañar el tiempo de angustia vivido por los padres, ni deshacer el daño ni cambiar nada de lo que sucedió. No quiere ser esta una crítica al perdón pero si una llamada de atención que va más allá del caso concreto que nos ocupa. En ocasiones, además, aparece la confusión. Se usa la excusa como disculpa. “Es que no estaba en mis cabales”, insiste la señora. Tampoco Hitler lo estaba y no es justificación. Ha de ser la dura ley la que le juzgue y no los blandos corazones de los seres humanos.