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El mañana que viene

El austriaco Peter Drucker, considerado el mayor filósofo de la administración del siglo XX, lo tenía claro: la planificación a largo plazo no es pensar en decisiones futuras, sino en el futuro de las decisiones presentes. He ahí una forma de juzgar los presupuestos de la Administración con una visión acorde a las necesidades de hoy.

Mirémoslo con sencillez: todo el mundo desea tener un futuro que mejore su presente, en todo los aspectos de la vida. Lo que la mayoría de la gente no termina de percibir es que ese futuro se va a desarrollar de una forma u otra según las decisiones y acciones que realicemos en el presente. No basta con pensar en que queremos algo mejor para mañana, es necesario hacer algo hoy para que el porvenir dé un paso adelante.

En ese campo de juego se sitúan los presupuestos nuestros de cada año que acaban de aprobarse para la Diputación Foral de Bizkaia. Han alcanzado el visto bueno, es decir, la aprobación, como es costumbre en estos tiempos, con el apoyo cerrado de quienes conforman mayoría y con la queja abierta de quienes se presentan y ejercen la oposición. Es una forma de ejercer la política un punto extraña: uno siempre tiene la razón para los primeros y el otro no da un martillazo en el clavo, según piensan las voces críticas. Si la política fuese, como se dice, el arte de la negociación, asuntos como este desmadejan tal teoría.

Por un lado se insinúa que el gobierno es experto en vendernos castillos en el aire y por el otro lado se acusa de la intención de derribar cualquier fortaleza como si cualquier cuenta estuviese mal echada para poner, segundos después, el grito en el cielo. Menudo galimatías. Lo que el pueblo quiere, o al menos esa sensación da, es que sepa cuánto puede gastar y cómo se hará el reparto. Saber hoy con qué cuenta para mañana. Qué mañana viene. Ese es el deseo.