LA vieja Bizkaia, tan firme, se mueve y se agita con frenesí en estos días, como si sintiese la necesidad de vivir nuevas experiencias y aprovechase la ocasión de dar un giro, ahora que se tercia. Digamos que los pactos de palacio, tan propicios tras la matemática poselectoral, han provocado que el consejo de ministros dé luz verde a la segregación de Usansolo, atrapada en la pesadilla del recuento de la población. No en vano, está anunciada ya una modificación de la Ley de Bases de Régimen Local para permitir la desanexión de municipios con más de 4.000 habitantes, una reforma que reduce la altura de la barrera existente hasta la fecha –5.000 habitantes, era el requisito...– y que asegura que aquellos que hayan iniciado de antemano el proceso no tengan que volver a la casilla de salida, con el consiguiente engorro de los trámites. Usansolo ve la luz al final del túnel y ya sueña con credenciales propias. Podrán celebrarlo.

Cuando escuchas la palabra negociación, sabes que hay dos partes y que están dispuestas a hablar entre sí, con sus concesiones y sus beneficios. Es una expresión y un acto propios de los pueblos civilizados. Recuerdo haberle oído a John Fitzgerald Kennedy una idea que encaja en este acuerdo. Decía algo así como “negociemos libres de miedo. Pero no temamos negociar.” Es lo que al parecer ha ocurrido, quizás porque la distancia entre la población exigida por ley y lo que exigía el pueblo a viva voz tampoco era tanta.

Una sola propuesta no es negociar, es simplemente comunicarle al otro una decisión. Y cuando se comunica una decisión no hay movimiento. El otro la acepta o no la acepta. Ahí parecía que estaba todo atrancado mientras el pueblo miraba los tejemanejes políticos a la espera de que se cubriesen con un manto de sentido común. Así ha ocurrido.

Es curioso. Usansolo casi se ve en la necesidad de pedir unos primeros auxilios para que llegase el oxígeno a sus deseos y se encuentra ahora con que pronto comenzará a dar sus primeros pasos, sin nadie que le agarre de la mano.

Y es curioso también ver cómo durante tantos años José María Gorroño ha llevado a Gernika con mano férrea. Dice la calle que ver las mismas caras siempre cansa. No está claro que ese sea el discurso de las calles de Gernika. Durante cuatro legislaturas Gorroño ha llevado el bastón de mando, a veces en compañía jeltzale, a veces apoyado el hombro de EH-Bilbu. Ahora se rumoreaba que los dos partenaires se habían cansado de ese compás y planeaban organizar una moción de censura para descabalgar a Gorroño de esa silla de montar y de mandar. El pueblo de Gernika no tiene muy claro qué quiere. O sí, y por eso provoca lo que ahora voy a contarles. ¿Les pide que hablen entre sí? Es lo que parece. En un puñado de votos se han movido en las últimas elecciones PNV, José María Gorroño (Guztiontzako Herria), y EH-Bildu. Parecía que estaban acercándose las distancias. Dieciséis años son muchos. Esa es la idea que flotaba en el aire. Y, sin embargo, colocándose entre ambos Gorroño tiene, otra vez, una oportunidad.