ESTE tipo de encuentros alrededor de las mesas con mantel, las llamadas cenas –y hoy, más que nunca, comidas...– de empresa funciona para conocer mejor, en un espacio informal, a las personas junto a las que se trabaja, ya sea en el mismo equipo o en otro departamento. Los científicos puntualizan que es un buen momento para generar tres hormonas que convienen y agradece el ser humano. La primera es la oxitocina, porque convives con otras personas y el mero hecho de tener conversaciones agradables genera esta hormona de la empatía. La segunda es la endorfina, porque generalmente los asistentes a estos encuentros de empresa casi siempre se lo pasan bien. Y la tercera es la serotonina porque, en cierto modo, y si la actitud de uno es la adecuada, es un momento para estar bien y para dejar de lado todas las dificultades vividas durante el año. Visto así, puede decirse que son los manteles deseados.

Ojo, que también son manteles con mensaje. La relajación, fuera de los horarios laborales y con la intromisión del alcohol en la cita, puede provocar disparates en la actitud y en lo que uno dice y a quién. Es algo que se repite año tras año y que, sin embargo, no frena la demanda. Puede leerlo a mi vera. Apenas quedan mesas en los restaurantes de Bilbao para este tipo de encuentros.

Muchas empresas entienden que son una buena ocasión para transmitir la cultura de la compañía y reforzar el sentimiento de pertenencia, es cierto. Pero también lo es, como les decía, que ciertos comportamientos o comentarios pueden acarrear problemas, puede provocar una especie de guerra civil en la empresa. No es lo habitual pero tampoco algo insólito.

Lo que sí parece claro es que se impone el deseo a la precaución. El mes de diciembre trae consigo un mensaje: júntate con los tuyos y júntate con la gente. Se diría que es un mes antídoto contra la soledad, con las contraindicaciones, como les decía antes, de cualquier fármaco. Y otra noticia se amplía a los otros once meses del calendario. La cena se ha convertido en costumbre de mendigos, como pedía la medicina de antaño –¿se acuerdan: desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo...?– y como demanda la noche de Bilbao a día de hoy, tan apagada. La gente apuesta por el buen yantar, un tardeo con las riendas sueltas y un caer de la noche más aplacado para no volver a casa como si a uno le hubiese pasado por encima el viejo trolebús.