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El sacacorchos

Jon Mujika

Estampita en un ¡clic!

ES una sensación que está en la calle: cuando la estafa es enorme, ya toma un nombre decente. Y, sin embargo los timos que se producen en internet, los tan cacareados cyberdelitos, tienen tamaños de bolsillo. Un pica por aquí, pica por allá que dan pingües beneficios a los habilidosos que han convertido la estampita en un ¡clic! Los impostores no necesitan estudiar mucho las causas naturales, sino que les basta con servirse de la común ignorancia, estupidez, descuido y superstición de la Humanidad.

No es un delito de primera mano salvo si se considera el canal que se emplea. No en vano, Leonardo Da Vinci recordaba que “muchos han comerciado con ilusiones y falsos milagros, engañando a la estúpida multitud” siglos atrás. El timo, la engañifa, el tocomocho son viejas habilidades que han cambiado en el uso pero no en el propósito.

Hemos de ser conscientes aunque nos duela reconocerlo si alguno de ustedes cayó en ese cepo. El primero y peor de todos los fraudes es engañarse a si mismo. Si uno cree que con la operación va a obtener un beneficio insólito, sea cual sea la cuantía, deténgase un momento y hágase una pregunta esencial: ¿Por qué? La vieja frase hecha de que nadie da duros a cuatro pesetas ha de actuar sobre la conciencia de nuestras acciones monetarias como un mantra o una severa ley del código penal.

La policía científica echa sal en la herida y nos recuerda que rara vez se sale de esa estafa ileso de bolsillo, si me permiten decirlo así. La impunidad del anonimato permite a la gente estafadora repetir el timo una y otra vez, una y otra vez, hasta dar con un alma cándida o codiciosa. ¡Mira qué suerte la mía!, exclaman quienes se involucran en este tipo de transacciones. No caigan en el cepo, ya les dije. Quien así piensa no es la víctima que cayó en la cuenta tarde. Es la persona estafadora.