DENTRO del ajuar de transportes públicos los trenes de cercanías son uno de los apreciados tesoros, según qué destinos y puntos de partida miremos. ¿Son o eran?, esa la pregunta que surge en los últimos tiempos, habida cuenta que esas cercanías se alejan, cada día más, de la población. Retrasos, averías, cancelaciones, problemas en los ascensores y un sinfín de problemas de Renfe y sus trenes de juguete en Bizkaia, si me lo permiten decir así, sacan de quicio a quienes cogen el tren a diario. Los más suspicaces se preguntan si no guardarán una relación la gratuidad del uso de los trenes en los últimos meses con la desidia en los cuidados. Mira que son malpensados estos señores y señoras suspicaces.

Claro que los números son tercos como mulas. Las 6.320 incidencias en el servicio de Cercanías de Renfe en Bizkaia de este verano denunciadas por el comité de empresa parecen muchas. Conozco gente también muy cercana que vive un guirigay permanente, sobrevive en un día sí, un día no, de problemas con el tren que le lleva de casa al trabajo y viceversa. Cruza los dedos camino de la estación y, como ustedes comprenderán, esa no es una forma de vida aceptable.

Ante tanto despiporre y frente a tanto despelote, el PNV se ha dirigido al Congreso para que el Gobierno español dé explicaciones del por qué y el para cuándo y, aprovechando que las vías pasan por Bizkaia, para reclamar la transferencia de la gestión del servicio. Pretenden conseguir que el pueblo sienta al tren que le lleva y le trae como algo suyo, no como un artefacto de otros gestores. No es un capricho político sino una demanda de la ciudadanía que quieren llegar puntuales al trabajo y cuanto antes a casa o al barrio. Si se juzga el tiempo de espera que se acumula ya en el carnet de retrasos del Tren de Alta Velocidad tampoco conviene entusiasmarse.