NO se viaja por viajar, sino por haber viajado para enriquecer después la vida de uno en los días sedentarios, que son los más numerosos. Quienes vivimos a orillas de la Ría bien sabemos que Bilbao, Bizkaia entera, es un caudaloso tesoro que enriquece muchos mañanas y que posee tantos atractivos que parece que el territorio estuviera dotado de la atracción de la piedra imán.

Con todo es la hora del aviso. Hora de llamar a los muchos pueblos de la tierra a través del boca a boca, de profesionales del sector y medios de comunicación, de los todopoderosos influencers; es el momento de que se espolvoreen, por el ancho mundo, los cantos de sirena que pregonen las bellezas de Bizkaia y atraigan a quienes los escuchen. Hay que tocar la bocina.

Quienes se encargan de avisar aseguran ahora que han fijado dos objetivos esenciales en su mira telescópica: Estados Unidos y los Países Bajos. No es una decisión tomada al azar. Los Países Bajos han sido escogidos por el incremento de visitantes que llegan de aquellas tierras en los últimos años. Estados Unidos, por la oportunidad que supone el aumento de turistas estadounidenses en Europa como consecuencia de la inestabilidad turística en Asia. Ya ven, todo tiene su porqué.

Dijo el poeta marsellés del siglo XIX y principios del XX, André Suarès, que “como todo lo que importa en la vida, un gran viaje es una obra de arte”. Quizás porque por aquel entonces los modos y maneras de viajar (en cómodos trenes, en lujosos transatlánticos...) conllevaban el espíritu de la aventura. O quizás porque esta misma se desplegaba en las tierras de destino. Bien. Hagamos de Bilbao –qué digo Bilbao, de Bizkaia entera–, si no lo hemos hecho ya, que en gran parte creo que sí, una obra de arte que atraiga. Ha de ser universal y cosmpolita, eso sí, porque ahora es Nueva York y Amsterdam, pongamos por caso, pero mañana serán otros objetivos. Lo ideal es más grande aún: lo idóneo sería que cualquier visitante se sintiese como en casa.

Si ahora que este territorio se proyecta hacia el exterior hemos de remar todos en la misma dirección para evitar señalar al extranjero, para impedir que se sienta desnortado y propiciar que descubra ese secreto que cada uno de nosotros guardamos en nuestro interior, ese que nos hace sentirnos inigualables y casi mágicos. Ese que nos hace sentirnos únicos.