¿Qué significa realmente para el Athletic jugar en Europa? Le brinda la posibilidad de enfrentarse a los mejores, de medir fuerzas con clubes que han hecho de la historia su aliada, algo propio de los leones. Significa que pueden mostrar su valía en un escenario mayor, y que la filosofía del club, basada en la formación y el respeto por los valores, puede resonar más allá de nuestras calles, allá donde el mundo de fútbol ignora que hay equipos como éste, clubes cuya propiedad no pertenece a un grupo de riesgo, a un estado o, qué se yo, al tío Gilito y los suyos . Clubes que pertenecen al corazón de un pueblo que sueña, primero, en jugar en él y, cuando ve que no, en animarles toda la vida. En un mundo donde el dinero parece dictar las reglas del juego, el Athletic se erige como un bastión de autenticidad, un recordatorio de que el fútbol también puede ser un arte, una pasión y una forma de vida.
Con esas credenciales llega el Athletic esta noche a Razgrad para medirse frente al Ludogorets, rey de Bulgaria. En Europa, eso sí, no son más que el Athletic. Llegan con necesidad pura, a un paso de perderse en el laberinto de los ocho partidos y retirarse a los cuarteles. ¿Eso da miedo? Los hombres de Valverde saben que no. Respeto sí, por supuesto. El propio Athletic se ha llevado a sus fauces a más de un equipo de campanillas que pensaba, equivocado, aquello de que “solo son once aldeanos...” En esta misma competición en la que el Ludogorets boquea el Athletic habita entre las ocho suites nobles y hace bien Valverde pidiéndoles a los suyos que no se caigan en las mullidas camas del relax. El viejo Athletic, lo sabe él y lo sabemos miles, es un equipo que no ha nacido para los masajes y los tiempos de paz. Su fútbol es puro arrebato y es en el más alto voltaje, donde tantos y tantos se queman, donde los rojiblancos aparecen, entre el fuego, a por la victoria.