La aparición de Ander Herrera y su discurso en escena puede observarse como una suerte de teoría de la evolución. Con este par de semanas en la sombra, con los clubes ocultos bajo el Gran Sol de un Mundial, Herrera reconoce sus ganancias. Habla de una preparación más precisa y sin vértigos; de una recuperación más pausada y sin la exigencia del choque continuo. El centrocampista admite que no rinde aún al ritmo que le colocó en las cartas de navegación de los clubes europeos -Manchester United y PSG- que buscaron sus servicios. Herrera ha de ser, por tanto, un hombre más curtido, más evolucionado en su fútbol, si se puede decir así. 

Todavía no se le ha visto, eso sí, en todo el esplendor que le permitió zarpar a aguas más profundas hace ocho años ya. No se ha visto en escena al gran capitán que dirige a sus tropas, en parte por alguna que otra lesión -el paso del tiempo ralentiza las recuperaciones, eso es cierto...-, por su incorporación tardía al equipo y por aquella expulsión que salvó, casi seguro, un gol y dos puntos. Por eso habla ahora de una ventaja con este tiempo de relax. Ha podido ajustar su ritmo al de un Athletic que se hace grande cada vez que galopa al ritmo de Caballo Loco.

Habló ayer también de otra evolución. El Athletic al que ha vuelto no es el Athletic del que se fue. Ander ve que hoy San Mamés luce entre los grandes campos, que las instalaciones han llegado al siglo XXI y que el club se rige a la manera moderna. Intuye que si a ello se le suma la consistencia del modelo familia, jugadores como Nico, Iñaki u Oihan verán motivos para quedarse. Otra ventaja de la evolución.