A Cumbre semestral del Consejo de la Unión Europea, culminada ayer, deja una sensación que empieza a ser demasiado habitual en estas reuniones de máximos mandatarios. Sería injusto resumir la última cumbre europea a la que asiste Angela Merkel como un mero encuentro burocrático de escasa iniciativa. No ha sido así y los temas planteados han enfocado hojas de ruta para gestionarlos en el futuro. Pero igualmente es justo admitir que el necesario impulso que los retos más recientes, junto a otros más constantes, demandan no ha sido especialmente fuerte. No lo ha sido el asunto del Estado de Derecho y la estabilidad jurídica en el seno de la Unión, en manos de un diálogo político posterior con Polonia tras el choque sobre jurisprudencias con su Tribunal Constitucional y el cuestionamiento de la independencia del mismo. Los líderes europeos han evitado una sensación de brecha pero no han conseguido sanar la herida. Otro tanto se puede decir de la política exterior o la estrategia sobre inmigración, que más allá de la convergencia de análisis anunciada por el presidente del Consejo, Charles Michel, sigue sin una formulación firme y clara. Una de las preocupaciones fundamentales con las que se llegaba a esta reunión, la crisis energética constatable en las tarifas, sí parece haberse encauzado hacia una hoja de ruta más nítida, aunque su aplicación no vaya a producir efectos inmediatos y augure un invierno complicado. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, explicó el consenso en una serie de actuaciones que responden a las necesidades detectadas. Confirmó que se actuará sobre el mercado del gas mediante la creación de una reserva estratégica europea y la contratación conjunta, además de la diversificación de proveedores. Además, se revisará el sistema de derechos de emisión y se volverán a contrastar los análisis encomendados antes de fin de año. Desde una perspectiva vasca, con un significativo peso del gas como energía de transición complementaria a las renovables, las noticias son buenas. Y lo serán mejores si el Gobierno español se aplica en la diversificación de fuentes y aprovecha instalaciones punteras como Bahía de Bizkaia para reducir su dependencia del gas norteafricano. Euskadi podría ser la gran entrada de gas a la península que distensione el mercado.