ESE a que 2021 apuntaba a ser un año sin duelos electorales, las citas de Catalunya, primero, y Madrid, a continuación, lo han convertido en terreno de juego de pulsos que difícilmente van a dejar incólumes a sus protagonistas. Es evidente en el caso de Ciudadanos, cuyo varapalo en Catalunya parece haber precipitado una desastrosa jugada en Murcia, que puede a su vez desencadenar su propia descomposición y que ha hecho detonar una convocatoria electoral en Madrid. En este carrusel de jugadas de política reactiva, cuya principal característica parece más capitalizar oportunidades o minimizar daños por parte de los partidos implicados por encima de la calidad que aporta un proceso legitimador en las urnas, el envite más reciente lo ha protagonizado Pablo Iglesias. Su anuncio de que disputará a Isabel Díaz Ayuso la Presidencia de la Comunidad de Madrid ha cogido con el pie cambiado a todos menos a él mismo. Iglesias, que venía manteniendo un perfil bajo en las últimas semanas en el Gobierno y había pasado de puntillas sobre los más recientes pulsos entre Ministerios del PSOE y de Unidas Podemos -especialmente tras su propio resultado decepcionante en las elecciones catalanas- lanza una operación con varias direcciones simultáneas y cuyo alcance y consecuencias está también por ver. Su candidatura, unida a la oferta de unidad electoral con el pródigo Iñigo Errejón y la plataforma Más Madrid difícilmente esconde el componente de opa por reabsorción de una fuerza desgajada cuya división debilitó a los antiguos socios. El argumento es poner freno a una derecha en la que ya pocos contabilizan a Ciudadanos como fórmula reformista y que deja al PP ante la expectativa de capitalizar su desplome pero, a la vez, encarar a Vox como rival y a la vez interlocutor necesario. Iglesias estaría, según algunos analistas, preparando a la vez su sucesión en Podemos pero, en lo inmediato, su movimiento, que pretende posicionarle como alternativa referencial frente a Díaz Ayuso, no deja de ser el enésimo intento de medrar a costa del PSOE, su socio natural de gobierno. En este marco, la capacidad movilizadora, mucho más que la fluctuación de voto entre los bloques de izquierda y derecha, definirá el devenir del Gobierno de Madrid y, como añadido, la propia estabilidad de la legislatura española.