CUMULAMOS nueve meses de pandemia en sus diversas facetas y estadios. De esa experiencia deben extraerse enseñanzas de aciertos y errores y situarlos en el momento actual. En ese aspecto, lo natural y lo apropiado es exigir que esa experiencia se traduzca en eficiencia de las estructuras políticas e institucionales que canalizan las respuestas colectivas en democracia. Para lograrlo, el grado de compromiso de los agentes políticos debe ser pleno y huir de posturas de fácil digestión social pero nula eficacia, que distorsionan la percepción colectiva de los compromisos que se requieren. Hay en este sentido algunos eslóganes que se repiten para justificar posiciones críticas con las acciones de la administración pública que coadyuvan en esa dirección. El más extendido es el de las certidumbres que se reclaman a las estructuras de gobierno. Se les pide, desde quienes no han sido designados por la sociedad para gobernar, que ofrezcan una certidumbre, un diseño de evolución de los hechos, del que carecen los propios especialistas, científicos y sanitarios, que son los únicos que podrían aportarla con criterios objetivos. El mantra deriva en el reproche de que la sociedad va por delante de los responsables ejecutivos en sus decisiones y medidas. La esterilidad del argumento la retrata la experiencia. En primer lugar porque, si efectivamente el conjunto de la ciudadanía fuera vanguardia de la lucha contra la pandemia, no serían precisas las restricciones de derechos que ahora llegan; los mecanismos de control que se nos insta a adoptar se convierten en norma de obligado cumplimiento bajo sanción porque su implementación en manos de la toma de conciencia colectiva no ha llegado. Además, la observacion del entorno permite apreciar que la aplicación de medidas es dispar y llega en las últimas semanas a países vecinos algunas que llevan en vigor aquí meses -mascarillas en la calle, restricciones a la actividad colectiva, limitación de reuniones, etc.-. Pero quizá el argumento más falaz de los que se han instalado sea el de la desescalada precipitada. Ninguno de los casos de covid producidos en el último mes puede tener origen en circunstancias diferentes de las propias de este tiempo. Ni la desescalada de junio, ni las actividades de verano explican el crecimiento exponencial de contagios en octubre, más vinculado al grado de cumplimiento de medidas de seguridad que debieron estar interiorizadas para no tener que ser impuestas.