LA crisis migratoria a la que tiene que hacer frente Europa solo salta a primera línea de la agenda política cuando se produce una situación de shock provocada por una imagen dura como la del niño Aylan Kurdi, la noticia de un naufragio con cientos de víctimas o el bloqueo en aguas internacionales de un barco de una ONG que ha rescatado a decenas de personas en riesgo de perecer en alta mar. Ahora, es la situación del Open Arms la que ha alertado a la opinión pública internacional, y con ella a los gobiernos de la Unión Europea. Y es ahora cuando algunos ejecutivos retoman un debate que, en mayor o menor medida, ha condicionado su propia génesis. No hay país en el que el fenómeno de la migración no haya tenido un efecto determinante en las elecciones legislativas o presidenciales, con la aparición o el relanzamiento de formaciones políticas populistas que hacen de esta cuestión el eje de su discurso. El miedo a esos partidos y a sus mensajes xenófobos y excluyentes ha llevado a prácticamente todo el resto a modular sus programas y sus proclamas; la irrupción con fuerza de la ultraderecha y los populistas en los diferentes parlamentos ha obligado a formar gobiernos en los que, o bien están directamente presentes, o han provocado al menos un efecto contaminante con sus ideas. La crisis humanitaria de la migración tiene, por tanto, dos vertientes de las que no se pueden abstraer los partidos democráticos y sus gobiernos. Por un lado, y en primer lugar, se trata de dar respuesta a una situación de flagrante vulneración de los derechos humanos sobre esas personas que se han visto obligadas a huir de sus países de origen por la guerra, la persecución o el hambre. El hecho de ser migrantes no debe sustraerles el más mínimo derecho que como personas les corresponde. Pero por otra parte, las formaciones democráticas y sus gobiernos no pueden dejar de buscar una solución seria, fiable y perdurable para este fenómeno, porque no hacerlo es firmar la sentencia de su propia muerte política. Seis gobiernos de la UE se han ofrecido a acoger a los migrantes que están en el Open Arms; el Gobierno italiano se descompone por este tema, y otros muchos ejecutivos miran para otro lado, como quien no quiere la cosa. El asunto es de pura y dura supervivencia: para los migrantes, en primer lugar, pero también para la democracia y la Europa social.