PEDRO Sánchez ha tenido ochenta y seis días desde el 28 de abril, fecha de las elecciones generales, y cincuenta y ocho desde el 26 de mayo en que se celebraron las municipales y europeas para alcanzar un acuerdo que le permitiera sumar escaños a los 123 que le concedió la ciudadanía y que son insuficientes para ser investido presidente del gobierno. Ayer, en la primera votación de su investidura, Sánchez sumó uno más, el del regionalista cántabro José María Mazón que ya habían acordado hace más de seis semanas, el 8 de junio. Y el discurso que lo acompañó no estuvo exento de tono crítico. En tres meses, el candidato socialista ha puesto más empeño -el de la reiterada petición- por revertir la negativa a su investidura de PP y Ciudadanos, pese a que nunca le han dejado un resquicio de duda, que en evitar la de los soberanistas catalanes, JxCat y ERC, quienes en distinto grado y modo no habían cerrado la puerta a una abstención para la que Sánchez no ha hecho siquiera muecas. En esos tres meses, Sánchez apenas ha entablado contacto -poco más- con quienes como el PNV o Compromís se habían mostrado dispuestos en determinadas condiciones a apoyar un gobierno de progreso y cambio o quienes, como EH Bildu, dejaban sobre la mesa la abstención acrítica explicada como el menor de los males. En esos tres meses, PSOE y Podemos han ido desgranando con dificultad diferencias y discrepancias en un debate público que un día acercaba posturas y al siguiente aumentaba distancias, muy diferente de lo que se presupone a posibles socios en una negociación programática o de formación de gobierno. Y tres meses después de las elecciones a Sánchez le quedaban ayer 48 horas para limar todas las reticencias que esa de momento inconclusa negociación ha desatado en el entorno de Pablo Iglesias y presentar un acuerdo que permita la abstención o apoyo de catalanes y vascos o ambas cosas. Por responsabilidad, porque la alternativa de una repetición electoral se antoja un riesgo de involución política, social y económica, también democrática, inasumible; Sánchez tiene hoy apenas un día para hacer lo que no ha hecho en 86 días: recuperar el consenso mayoritario en la necesidad de cambiar las cosas que permitió la moción de censura a Rajoy y le situó en La Moncloa, sin el que no podrá ser investido ni, mucho menos, gobernar.