QUE el diseño del regreso del PP a aquella derecha extrema de la Alianza Popular cobijadora de los restos del franquismo a raíz de la llegada de Pablo Casado a la presidencia del partido correspondía a la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) presidida por José María Aznar y dirigida por quien fuera secretario general de Presidencia en su gobierno, Javier Zarzalejos, era una certeza a voces con anterioridad a las elecciones generales del pasado domingo 28. A la evidencia del apoyo explícito del primer presidente del gobierno del PP y, sobre todo, del discurso popular, se unía la presencia del ex secretario general de FAES, Fernández Lasquetty, como jefe de gabinete de Casado y junto a él de productos de la fundación como Isabel Benjumea o Pablo Hispán. La aparición andaluza de Vox, mezcla de pseudoagraviados del PP en busca de salida política y elementos ultras, no hizo sino exacerbar la deriva ante el temor a que la resta electoral causada ya por Ciudadanos se repitiera en el extremo diestro. El PP quizá ni siquiera aspiraba con todo ello a ganar las elecciones, sino que trataba ya de minimizar daños y mantener la hegemonía en el espectro global de la derecha. Pero tampoco ha conseguido lo primero en lo tangible, votos y escaños, ni lo segundo en lo que no lo es: hay al menos una duda extendida sobre el particular en el contraste de su tendencia con la de C’s. La debacle de Casado, y por tanto de quienes como Aznar le impulsaron a la presidencia del partido y diseñaron su estrategia de regreso a los orígenes de la derecha postfranquista que lideró Fraga, no ha conllevado sin embargo asunción alguna del error más allá del sacrificio menor de quien nominalmente aparecía como director de campaña, Javier Maroto, y del inverosímil repentino enunciado de una vocación centrista y moderada imposible de fundamentar en personas que no solo no la han tenido nunca sino que además la han combatido internamente y de modo expreso con sus declaraciones. La desfachatez -nunca mejor dicho- para pretender eludir las responsabilidades es tal que aumenta la desorientación en el PP, donde nadie se mueve, y tal vez contribuye a su amortización. Porque una derecha confusa mientras aún se expande por el mundo el populismo ultranacionalista entraña un riesgo nítido: puede ser peor el remedio que la enfermedad.